Por las calles de Buenos Aires hay letras de tango que puedes leer mientras bailas. Real. Pero parece un sueño. Las ciudades se hicieron para angustiarse, para subsistir, para hallar la forma de escapar, pero no Buenos Aires. Esta ciudad, la porteña, los ojos plateados que inspiraron a tantos, es una canción. Lo se bien, ahora que por unos instantes que no se cuánto durarán, debo dejarla.
Siempre tuve el sueño de pisar sus calles. Había mucho en los cables que llegaban del mundo exterior que me hacía añorar esta ciudad clásica y apasionada. Soy porteño de corazón, lo pensé muchas veces en las calles plomizas de Medellín. Me llegaban las imágenes de los clásicos del River Boca, las canciones de Calamaro y Los Fabulosos y solo podía añorar estar ahí. Ahora me voy, por ahora, eso sí. Ahora, como Gardel, le digo adiós a los muchachos. Por destino, tomo las maletas, empaco la camisa y la chompa, los botines y las remeras, y parto. Hacia el norte, donde las calles me parecerán otra cosa. Muchas cosas, menos a música. Me parecerá que no me voy a quedar, que no será amor a primera vista, que no habrá un río de tangos cubriéndome la espalda, sino un mar, lejano, arisco. Extrañaré resguardarme de las nostalgias en las aguas pacíficas del río de la Plata.
Buenos Aires son amigos. Son buenos vinos, descorchados sin misterios, conversaciones bajo el cielo abierto y limpio de Buenos Aires, de San Isidro, de Villa Urquiza, de Colegiales. Los panes de la previa, el chori de entrada, las risas de las mujeres felices, la honestidad de los hombres aplomados, las copas que danzan, el viento de primavera que se parece a verano, los abrazos repartidos en bienvenidas, la alegría del reencuentro. Esas cosas no turísticas que hacen más valiosas a esta ciudad, porque creo que es mucho más la fila para el bondi 8 en avenida que la fila para entrar al Tortoni. Recorrí tantas casas que no eran mías, pero que sin temor a equivocarme, terminaron por ser pequeñas sucursales temporales de mi hogar. Para conocer Buenos Aires, hay que vivir en ella. Hay que sufrir su metro congestionado, sus calles a punto de colapsar por los piqueteros, su desinteresada y fría tal vez forma de ayudarte, pero todo eso está perfectamente recompensando en la mañana, en la tarde, en una conversación en las veredas, en un partido de fútbol y remate de parrilla, en un atardecer espléndido mientras termina la faena del día. Buenos Aires no es turismo, es una ciudad, bella, caotica, pero sencilla, sin los complejos de otras urbes, sin los odios de otras metrópolis. Caminar por Laprida, por Santa Fe o Pueyrredón con un café en la mano es igual de emocionante que ver las cataratas del Iguazú, por decir algo. La verdadera magia de esta ciudad es su rutina, su contidiana forma de llevarse hacia adelante.
Y Buenos Aires es amor. Es iniciar una vida junto a alguien. Es que los rincones que uno guarda para siempre, las canciones que se entonaran en los aniversarios, los cuentos que les contaré a mis hijos pertenecen y provienen de esta ciudad. De esos edificios viejos, de sus habitantes que están medio inconformes, medio alegones, pero que en el fondo saben que en ningún lugar del mundo podrían estar mejor. Esa es la ciudad de mi refundación, como decía un viejo maestro, de mi rebautizo. He vuelto a nacer, si se quiere, inicio un nuevo camino. El impulso me lo han dado estos siete meses inolvidables en Buenos Aires. Así que queda pendiente el retorno, la parábola de la hablaba Nietzche que me hará volver, como la canción, como la melodía que flota por toda la ciudad, como la música que te hace enamorar para siempre de estas calles que besa la plata.