-Papá – le dijo- ¿Si me trajiste el álbum?
-Qué te he dicho Matías- le respondió- Primero se saluda.
-Buenas noches - le dijo el niño esperando otra respuesta.
El álbum. Su hijo quería llenar el álbum para conocer a René Higuita. Lo quiso conocer desde el primer día que lo vio en el diminuto televisor que tenían mientras le atajaba cinco penales a los paraguayos. Al principio lo alentó porque de esa forma su hijo pensaba en otra cosa, y no en su su madre, que la había matado el carrobomba contra El Colombiano mientras esperaban un taxi para volver a casa. Rubén, que estaba a su lado en el momento de la explosión, logró sobrevivir, pero su mano derecha había quedado inservible y poblada de esquirlas que no pudieron extraerle. El álbum. Había perdido su trabajo de dibujante arquitectónico y ahora era vigilante en una empresa de químicos y cada día le estaba quedando más difícil financiar la obsesión de su hijo con el portero. Lo había llevado a varios entrenamientos y a un par de partidos, pero había sido imposible estar cerca del futbolista, que siempre salía custodiado. También había sacado fiado un disfraz en una tienda del centro, con la idea de que si su hijo se vestía de la misma forma que el portero, eso podría calmar sus deseos de ver al ídolo. Fue todo lo contrario, pero el tiempo a ambos les pesó la evidencia de su marginalidad: no tenían los recursos para que ese sueño se hiciera realidad, habían desechado la idea de conocerlo y se resignaron a idolatrar a René en los noticieros de la noche y con los recortes del periódico del domingo.
Sin embargo, de repente, la imagen del portero con sus pelos abundantes y barba sucia comenzó a inundar los anuncios publicitarios de las tiendas, los voceadores de las calles se llenaron la boca con su nombre, y las narraciones comerciales de la radio comenzaron a corear como si estuvieran en la barra por una promoción que dejó a Rubén desconcertado desde la primera vez que la escuchó: “Llena el álbum del Mundial y conoce a Higuita”.
***
La promoción consistía en llenar el álbum con las figuras de todos los jugadores que iban a estar en la Copa del Mundo de Italia 90 y llevarlo a un centro comercial donde estaría Higuita firmando autógrafos justo antes de marcharse al Mundial. El requisito indispensable para poder acceder al ídolo y su firma era que el álbum estuviera lleno. Nada más. Cuando pasó por la tienda de don Eliseo preguntó cuánto costaba: mil pesos y venía con cuatro sobres, que traía cada uno cuatro láminas. Osea, con esa inversión ya podía asegurarse dieciséis de las 448 láminas que iba a necesitar para llenarlo. Pero a partir de allí la cosa se complicaba: cada sobre costaba cien pesos. Para completarlo necesitaba por lo menos 108 sobres más con la esperanza de que no salieran láminas repetidas, lo que era imposible. Esa compra representaba 10.800 pesos que era mucho dinero para su salario mínimo de vigilante. Pero tenía que comprarlo, apenas Matías se diera cuenta que existía una posibilidad real de conocer a Higuita no habría manera de convencerlo de no comprarlo y mucho menos, de no llenarlo. Entonces el problema no era el qué, sino el cuándo. Pensó la forma de que su hijo no se enterara de la promoción hasta el nuevo día de pago y concibió la idea de castigarlo severamente con no ver la televisión ni salir a la calle por una semana por nimiedades como no cepillarse los dientes antes de acostarse o dejar la ropa sin doblar, cosas que Matías incumplía a menudo o incluso mentir sobre su estado de salud y no mandarlo a la escuela durante varios días, pero no hubo tiempo para ejecutar estrategias inútiles: al día siguiente su hijo regresó del colegio excitado y en desorden. Hizo las tareas y lo esperó en la puerta de la casa con las monedas que había ahorrado para el paseo de fin de año a Comfama.
Doscientos pesos.
Dos sobres.
Rubén se bajó de la buseta y desde la esquina pudo ver a su hijo sentado en la puerta de la casa con una bolsa llena de monedas. Caminó con tranquilidad, se sentó a su lado y dejó que Matías le explicara en sus propias palabras lo que él ya sabía. El niño prometió portarse bien, lavar los platos, hacer la tareas y hasta ayudar en la iglesia con tal de que compraran y llenaran el álbum.
¿Lavar los platos, hacer las tareas sin que yo te diga y ayudar en misa?-
Si. Lo prometo.
Okey, pero que no me toque pedirlo dos veces-
Sí señor
***
En dos meses habían logrado llenar más de la mitad del álbum. Compraron la mayoría de sobres que pudieron y terminaron con varias repetidas. Pero Matías se había convertido en un experto traficante de láminas y había logrado cambiar las que tenían duplicadas -en algunos casos, hasta triplicadas- con sus amigos del colegio, entre ellas las de Maradona, Ruud Gullit y Van Basten. Pero estaban en un punto muerto: cada sobre, a cien pesos, solo traía una que les servía y tres que había que ir a cambiar con los amigos del colegio, que después se extendieron a los compañeros del trabajo que estaban en las mismas y hasta con algún extraño en los buses de regreso a casa que Rubén pillaba contando las láminas en el recorrido. Pero el proceso había dejado de ser rentable. Además, ya faltaban solo dos semanas para el evento de Higuita en el centro comercial. La opción que quedaba era el menudeo.
El menudeo significaba ir al centro.
La avenida Colombia hervía. Meses antes habían cerrado uno de los costados de la calle para intervenir el cableado subterráneo que ayudaría a controlar el Metro en la estación del Parque de Berrío. Los obreros habían puestos los escombros de la construcción cerca de la acera y daba la impresión de estar en una ciudad devastada por un bombardeo. Pero sin importar el caos, los vendedores habían ubicado sus puestos portátiles a lo largo del andén para vender los productos de moda y en ese momento el fenómeno era el álbum. El negocio consistía en dos partes: el trueque de láminas repetidas que ellos habían coleccionado con la compra anticipada de los sobres o venderle directamente las que hacían falta. Rubén y Matías intentaron con la primera opción. La oferta era que por cada dos repetidas suyas que el vendedor necesitara, ellos recibirían una que no tenían. Pero solo pudieron cambiar dos: al austriaco Aston Polster y al checoslovaco Thomas Skuhravy. Entonces había que proceder con la lista.
En el rincón de su precariedad, Rubén pensó que todos los vendedores lo querían estafar. No confiaba en los más jóvenes porque sospechaba que lo único que querían era lucrarse sin importar las consecuencias, así que quiso guiarse por sus instintos y después de cambiar las dos primeras láminas, se movió un poco y buscó al que tuviera la apariencia de ser el más viejo. Al final lo encontró en la misma pose que estaban los otros: sentado con la cabeza hacia abajo contando laminitas.
-Buenas-
-Diga Patrón, qué se le ofrece-
-Tengo esta lista que me hacen falta- le entregó una hoja cuadriculada llena de números, algunos tachados con lapicero- No se si me pueda ayudar con algunos de ellos.
-Veamos-
El viejo dejó las láminas que tenía en la mano y las puso en una caja que tenía a su lado, a la vez agarró otra que estaba llena y que se notaba estaban organizadas en orden numérico. Tomó la lista, la desplegó sobre su rodilla izquierda, y con una habilidad de prestidigitador comenzó a extraer los cromos de la caja y a ordenarlos con sus dos manos. Parecía que tuviera cinco brazos. En menos de dos minutos ya había revisado tres cajas.
-A ver patrón, le tengo al menos 83 láminas de las que hacen falta y le puedo conseguir el resto para esta semana-
-Perfecto, ¿cuánto le debo?-
- Serían cuatro mil doscientos pesitos patrón-
-¿Cuánto?- Rubén abrió los ojos y repitió: ¿cuatro mil doscientos pesos?.
“Cincuenta pesos por lámina” calculó.
- Y es que a cuánto las quería pues-
- Pero es casi lo que vale la caja entera-
-Patrón, aquí toca así, además que no le quise cobrar los escudos que valen setenta pesos-
Matías lo miraba confundido. Apenas estaba aprendiendo a multiplicar así que no podía sacar las cuentas si no tenía lápiz y papel cerca. Rubén había traído la plata haciendo el cálculo de lo que valía cada lámina dentro del sobre, o sea, casi 25 pesos. Ni siquiera había tenido en cuenta los precios especiales de algunas láminas.También tenía el dinero para hacer mercado. Miró a su hijo. Matías había agarrado las láminas y las estaba organizando en números de mayor a menor con una agilidad parecida al hombre de las cajas. Se sorprendió de ver que tenía capacidades superiores a las suyas. “Nos tocará comer papel”, pensó. Metió sus manos en los bolsillos, sacó los billetes y completó el pago con todas las monedas, nuevas y viejas, que tenía acumuladas desde el mes pasado. Compró sesenta.
-Patrón, le doy un consejo- le dijo mientras contaba el dinero- No se duerma y venga rápido por las otras, porque los precios están subiendo.
- ¿Cuánto más?-
- Puede llegar a 250 pesos-
-¿250 pesos una lámina? No, no puede ser-
- Yo solo le aviso patrón porque me parece que usted no tiene mucha idea de esto-
“Tiene razón”, quiso decirle, pero no quería perder su dignidad de padre delante de su hijo. Matías le jaló el pantalón. “Pa, falta de la Higuita”. Rubén tomó el manojo de figuras, pero antes de comenzara a buscar el rostro del ídolo el vendedor lo interrumpió.
-- Ni la busque, esa es LA más escasa de todas- le dijo- Yo solo he tenido una en mis manos y la vendí en cinco mil pesos. Yo de una. Todos estamos desesperados porque nos salga un “Higuita” para hacernos el mesesito.
-- Y no habrá manera de que me ayude- le preguntó Rubén.
-- Cómo le dije, está muy difícil - respondió y se tomó la cabeza - Si quiere pásese el jueves que me llegan varias cajas y yo creo que habrán varias Higuitas.
-- Ayúdeme se lo ruego-
-- Pásese el jueves a ver qué hacemos-
Por fortuna Matías no solo aceptó la explicación que pronto tendrían la lámina de Higuita sin chistar, sino que logró cambiar varias figuras en el colegio y regresó el martes cargado de un arsenal que los dejó el miércoles en la mañana, después de trasnochar pegando las figuritas mientras Matías le contaba sus proezas en el juego de la mano coca, con solo nueve figuras faltantes para llenar el álbum: el estadio de Génova, el escudo de Suecia, la del equipo completo de Egipto, la figura doble de los arqueros de Costa Rica (Luis Gabelo Conejo y José Arturo Hidalgo), Santiago Ostolaza de Uruguay, el portero de España José Luis Ochotorena, Steven Tauton de Irlanda, el portero de Bélgica Michel Preud’Homme y la lámina número 287: José René Higuita. Para Rubén eso significaba 1.800 pesos mínimo. Decidió postergar diez días más el pago del fiado en la tienda y el aporte a la natillera de la empresa. Le explicó a don Eliseo cómo estaba la situación, a lo que el tendero no solo le aprobó el plazo sino que también le regaló un tinto y un Royal sin filtro que disfrutó hasta que el calor de picado le quemó la punta de los dedos, pero por primera vez en días le permitió conciliar el sueño con una facilidad de recién nacido.
El jueves en la tarde, dos días antes de que se cerrara el plazo, Rubén fue hasta los hombres de las láminas. El hombre viejo estaba revisando una lista que iban a pasar a recoger más tarde. Rubén se sentía eufórico. En los nueve años que llevaba ejerciendo el cargo de padre no recordaba que hubiera hecho algo junto a su hijo. Sin duda, armar el álbum había creado un nuevo vínculo entre los dos. Y estar a punto de llenarlo le producía una felicidad inédita, extraña y poco familiar para un hombre que lo había perdido todo. Saludó al ventero que apenas lo miró y le entregó la hoja de cuaderno con los números restantes. El hombre viejo le fue pasando cada lámina que iba encontrando en su caja. Después las volvió agarrar y las contó.
Son 1.600 pesos-
Pero son nueve- respondió Rubén-
No, son ocho, no le pude conseguir la Higuita, lo siento-
“¡No puede ser!” se desesperó.
¿Y no hay manera de conseguirla?-
Es imposible y cómo le dije, si por alguna razón llega a conseguirla, guardela y no se la deje ver de nadie. Y si llega a tener una repetida, usted es un hombre rico.
Dejó salir por la boca una columna de aire pesado que se había alojado en su estómago. “Necesito esa lámina, se lo ruego, ayúdame”. Suplicó. El ventero se encogió de hombros y tomó a Rubén por el hombro.
-Yo lo quiero ayudar amigo, pero la verdad no sé cómo. De verdad-
Le dijo eso y le dio una palmada en el hombro.
Una alternativa sería llevar el álbum sin esa lámina. O pintarla. Antes del carrobomba, tenía la particularidad de pintar retratos como si fueran fotos vivas. Sin embargo tendría que hacer un esfuerzo sobrehumano con la mano que le había destrozado la explosión. Aunque estaba dispuesto a todo, pensó que debía haber otras opciones antes de obligar a su apéndice muerto moverse contra su voluntad. “Vengo mañana a ver si me sale el milagro”. Rubén enfiló hacia Ayacucho para tomar el bus, pero antes de alcanzar la esquina lo interrumpió un hombre más viejo y malencarado que el ventero. Le hizo un gesto de entrar a uno de los locales donde vendía ropa interior para mujer.
-Usted está buscando una lámina de Higuita, ¿No?- preguntó el hombre con una voz aguardientosa y opaca.
- Sí- respondió asustado
- Yo se la tengo- le dijo el tipo- Deme cuatro mil pesos y es suya.
-Primero la tengo que ver-
El hombre se metió las manos al bolsillo y sacó la lámina: ahí estaba el rostro del portero colombiano, con un saco gris, con el pelo agitado por el viento y los ojos medio cerrados por el efecto del sol.
-Entonces qué caballero- interrumpió
-¿Cuatro mil pesos? Pero señor, yo no tengo todo ese dinero y mucho menos para una lámina.
- Bueno, ¿le interesa o no?, porque seguro va a venir alguien que me pague ese precio.
Rubén se quedó mirando a los ojos de aquel hombre. Tenía dos mil pesos para pagar los servicios. Al involucrarse en la aventura del álbum también había obviado el pago de la factura de EPM. Pero este era el tercer mes, así que si no los pagaba se los cortaban. El señor comenzó a dar media vuelta.
-Espere- le dijo Rubén- Yo no tengo ese dinero. Le ruego que me de una mano. Vea mi mujer la mató un carrobomba y desde entonces estoy a cargo de mi hijo. Trabajo de vigilante y ese niño ve por los ojos de Higuita, ¿Usted sabe del concurso?
-Sí, he escuchado a varios clientes hablar de eso-
- Es este fin de semana y ya me gasté el sueldo en este bendito álbum. Se lo ruego que por favor que me ayude, hágalo por mi hijo-
- ¿Cuánto tiene?- refunfuñó.
Se metió el bolsillo y solo encontró los dos billetes de 1.000 pesos. Se quedaba sin nada. Sin plata para mercar, para los servicios. Ni para los pasajes.
Dos mil pesos-
No, olvídese. Hay gente que está pagando cinco mil pesos-
Señor, se lo suplico. Si quiere vengo en quince días y le doy los otros dos mil-
No caballero, yo no soy un banco-
Ya le dije, no quiero romperle el corazón a un niño que se quedó sin madre-
A Rubén se le llenaron los ojos se inundaron de lágrimas. El hombre hizo un gesto de resignación.
Ahí está-
Ambos miraron hacia la entrada del lugar donde había surgido la voz. La frase la había pronunciado un hombre alto, bien presentado, vestido de saco y corbata que emanaba una fragancia de lavanda fresca. Apenas vio al viejo se le acercó.
¿Don Mauricio?- preguntó
Sí, yo soy- le dijo el viejo extrañado.
Mucho gusto, Gustavo Piedrahita- respondió y le extendió la mano- un joven me comentó que era posible que usted tuviera la lámina de Higuita y me gustaría comprársela, ¿A cuánto la está vendiendo?
El viejo miró a Rubén y se encogió de hombros.
Cuatro mil pesos-
¿Qué?- dijo Rubén.
Perfecto - dijo el hombre, se metió la mano en el bolsillo y extrajo una billetera rectangular de cuero negro y reluciente. De allí retiró dos billetes de dos mil y se los dio al hombre viejo. Él le entregó la lámina, mientras Rubén miraba toda la escena sin poder reaccionar.
El hombre alto miró a Rubén y le dijo con una sonrisa: “Mi hijo me va a amar esta noche” y salió del local. “Lo siento”, le dijo el hombre viejo y también salió del local. Una de las jóvenes que atendían se le acercó a Rubén que parecía haberse congelado en el tiempo en medio de aquella tienda llena de calzones y sostenes. “¿Se le ofrece algo señor?”. Reaccionó y apenas le respondió a la jovencita mientras salía de aquel lugar y se enfrentaba al centro de Medellín a las siete de la noche. Caminó aturdido por lo que acababa de presenciar en el local hasta tomar el bus de Milagros que lo dejaba a dos cuadras de la casa. Mientras el vehículo ascendía por las calles empinadas, Rubén buscaba las palabras precisas para contarle a su hijo que no había sido posible conseguir la figura de René. Se tomó el rostro con la mano disponible y entonces se quedó mirando su mano derecha: estaba allí, inmóvil, inerte, un pedazo de carne seco que a duras penas podía manipular. Pensó que de no haberse estropeado, le hubiera sido posible dibujar a mano alzada aquella fotografía de René y hacerla pasar como la original. Pero era tarde. El plazo estaba vencido.
Las láminas papi-
Qué te he dicho, primero se saluda - lo reprendió.
Hola Papi- respondió.
Rubén sacó las láminas que estaban envueltas con el papel del cuaderno que contenía la lista y se las entregó a Matías. El niño desenvolvió el paquete con ansiedad y comenzó a revisar que estuvieran todas.
¿Y la de Higuita?-
No la tenía el señor. Me dijo que mañana la conseguía sin falta. No te preocupes- mintió.
Matías comenzó a llorar.
¿Quién consuela a un niño que no tiene madre?
Ni puta idea.