El fútbol es, algunas veces, extraño. Y mucho más sin público.
Bayern y PSG se miden este domingo en un desolado Estadio da Luz de Lisboa, para quedarse con la corona de Europa. La última vez que una final tuvo menos espectadores de en sus tribunas de lo normal fue después de que una barricada de hooligans aplastaran a 38 tifosi contra las rejas del estadio en el 84 y los asfixiaron hasta morir. Circunstancias especiales. Y eso cambió el fútbol para siempre.
¿El covid-19 tendrá el mismo efecto?
Bayern llegó a esta instancia después de varios partidos notables, pero sobre todo uno que lo inscribió en el talonario de la historia: el 8-2 frente al Barcelona de Messi. Y ese fue un partido bisagra. Cuando el fútbol retomó su curso tras el parón por la pandemia del covid-19 en aquel partido entre el Dortmund y el Schalke 04, lo que más hizo ruido fue el silencio de las tribunas vacías. Imposible concentrarse en la cancha, cuando lo que no pasaba en las tribunas atraía más nuestra atención. Y siguió así durante varios días: cada partido parecía un entrenamiento. Y ciertamente era triste, poco. Caro. Tanto espacio desperdiciado. La única recompensa al gol, antes amplificada por miles de voces, ahora se reducía a unos tímidos aplausos de los compañeros que estaban en la banca.. No había esa presión de elefante sobre los árbitros después de una falta dudosa, un agarrón de camiseta ignorado, una amarilla inmerecida. Y ciertamente ese vacío no influyó en las tendencias habituales del fútbol: una investigación reciente reveló que los árbitros seguían siendo localistas incluso sin público y los equipos seguían ganando local, a pesar de no contar con el jugador número 12.
O sea, todo seguía igual, pero más aburrido.
Pero ese disturbio en la fuerza se esfumó cuando Lewandosky y Muller comandaron el asalto contra el Barcelona en cuartos de final de una forma tan contundente que parecía el bombardeo aliado sobre Dresden. El vértigo de su juego nos hizo poner los ojos de nuevo en la pelota y lo que pasaba con ella y que sobrepasó al Barcelona de tal manera que incluso lo superó en un ítem que por lo general se reserva para los equipos perdedores: el número de faltas. Y tal vez ese es el mayor mérito de este Bayern Múnich que dirige el ex supervisor bancario Hans-Dieter Flick: aplasta con una dinámica cuántica. Y como todo en el mundo subatómico, el tiempo y el espacio se miden con otras distancias y otras velocidades, y los artefactos análogos que presentaron los catalanes eran obsoletos para desconfigurar esa máquina.
Bienvenidos al siglo XXI.
El PSG, por su parte, llega de la mano de otro alemán: Thomas Tuchel, cuyo éxito se debe a que aplicó una lección que aprendimos de Carlos Salvador Bilardo en México 86: el PSG son Neymar y Mbappe y nueve más. Durante años las toneladas de dólares no podían lograr que Neymar dejara ese vicio de tirarse al piso por todo y se dedicara a jugar fútbol, por lo que cada año el PSG termina eliminado y con Jr. bailando en el sambódromo de Río. Pero el aterrizaje en 2018 de Mbappe, el ciudadano ilustre de la comuna parisina de Bondy, pobló de malos presagios la cabeza del exSantos. Si no hacía algo, la historia solo lo iba a recordar como un decente malabarista que acompañó al adolescente francés a la cumbre.
Y cuando Neymar juega en serio es Maradona.
Tuchel solo esperó a que eso ocurriera. El extécnico del Dortmund que lleva años intentando descifrar cómo se puede jugar al fútbol a la velocidad de la luz, fue más práctico que sus antecesores en el banco parisino: un equipo sólido y dinámico donde se juega para que Neymar y Mbappé definan los partidos. De los 75 goles que el PSG marcó para quedarse con la Ligue 1, la mitad fueron aportes de sus dos estrellas. Estrategia que sustentó en la fase final de Lisboa de la Champions League: en un partido enredado frente al Atalanta, solo le bastó meter a la joven maravilla para que entre él y el brasileño desataran un flujo de energía que les arrancó de las manos el sueño europeo a los italianos con dos golazos.
Entonces la tradición y lo plástico se reúnen este domingo. Por un lado un Munich que tras la salida de Arjen Robben y Frank Ribery renovó la casa con dos joyas que le costaron menos de US$20 millones. Uno, el lateral izquierdo Alphonso Davies, que lo fueron a buscar a la Columbia Británica en Canadá y dos, el alemán de origen ghanés Serge Gnabry, que se lo sacaron al Arsenal por menos de cinco millones de libras. Eso junto a la reaparición de un habitual de la casa como es Thomas Muller, devolvió al Munich al carril de los vencedores. Al frente, el PSG y los US$1.200 millones que lleva gastados para al menos estar en una final europea, con Mbappé y Neymar como las opciones para desarticular esa licuadora de neutrones que es el Bayern Munich.
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