domingo, 12 de junio de 2011

La película que pudo quedar en la historia y no pudo.




Se podría pensar que la reunión de J.J. Abrams, famoso por ser la cabeza detrás de Lost y Steven Spielberg, uno de los más renombrados directores de los últimos 30 años. Iban a entregar con Super 8 la mejor película de la temporada de verano. Y la verdad es que casi, por un pelito, casi lo logra.
Super 8 es la historia de cinco niños de un pueblo de Ohio que para divertirse se encuentran filmando una película, como pueden filmar una película unos niños de diez años, sobre zombies. He aquí el primer acierto de la película: Abrams dibuja sin forzar nada, el perfil de cada niño con una delicadeza y ternura que nos conecta de inmediato con ellos, haciendo recordar un poco a la entrañable pandilla de los Goonies o sin ir más lejos, a los descarrilados muchachos de Sleepers.
Y mientras los muchachos, donde se destaca la química entre Mark y elle, filman una secuencia en una casa abandonada, ocurre un desastroso accidente de tren. Segundo acierto de Abrams: el choque resulta estremecedor, violento, ruidoso y caótico y cuando se mezcla con el desconcierto de estos aspirantes a cineastas, es donde realmente empieza la película, ya estamos con los muchachos listos para iniciar la aventura, que venga lo que sea. Con ellos lo lograremos. Todo es magia en el cine.
Sin embargo, es aquí donde se pierde Abrams y no se encuentra con él mismo, con su capacidad de sorprender y mantener el suspenso como lo hizo magistralmente en Lost y tampoco puede hacerlo al estilo Spielberg, esconder la sorpresa hasta el final. Cuando nos tiene ahogados por la zozobra, decide contar lo que muchos han contado (Aunque vale la pena resaltar la escena de la estación de gasolina) en la misma secuencia de desapariciones que muchas han contado y si no fuera porque el público ya estableció una relación emocional con la pandilla, que nos pide confiar y seguir hacia adelante, ya nos habría perdido. Y es entonces cuando decide revelar el gran secreto, el misterio. Pero es muy tarde. Ese tren ya se descarriló hace rato.
Sin embargo, cuando pensamos que las cosas van a terminar bien, que un error se le perdona a cualquiera, como una buena película de acción y misterio, Abrams comete su segundo y más grave error: decide que todo ese buen misterio que ha sostenido en sus muchachos, se le vaya como si fuera arena entre las manos. Los conflictos emocionales que tan bien logró construir en hora y quince minutos, las relaciones entre los niños, la entrañable historia de amor preadolescente, todo eso tan bueno del comienzo todo se va en menos de diez minutos como si de repente no hubiera más presupuesto para filmar. Cuando vamos por el climax, pum, chao, se acaba la película, con sus lágrimas, con sus despedidas, con sus efectos sin alma, sin nada de resolución interior, ni mucho menos la acción necesaria que le haga justicia a la gran escena inicial del tren, cero persecusiones, lucha cuerpo a cuerpo, nada. Vacío.
Super 8 nos recuerda lo aliviador que es ver películas con jóvenes como Goonies, Stand By Me o la poco celebrada Jack. También que el misterio, el suspenso siempre serán un buen elemento, pero también, que para sorprender, maravillar, hace falta un poco más de paciencia, como la tuvo Spielberg en E.T. o Encuentros cercanos del tercer tipo.

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