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Es imposible apartarse de esta realidad, aunque no sea tu país. Es imposible abstraerse, retirarse y evitar lo que afuera hierve. Acaba de morir un hombre que hacía movilizar el país, polémico, pasional y con bastantes cosas pendientes en la vida. Ahora, solo, tal vez, un recuerdo, un concepto, una leyenda, y es imposible retirarse aunque este no sea mi país.
La Plaza de Mayo, ese lugar emblemático de Buenos Aires, donde miles de madres rodaron para pedir que alguien les diera información sobre sus hijos desaparecidos, se colmó para decir adiós. Parecía el entierro de Ladi Dy, miles de rosas quemadas por el sol de primavera, mensajes en cartulina, collage de fotogramas pasados de un Kirchner altivo y sonriente junto a su beligerante mujer. Y como solo pasa con el fútbol, los argentinos fueron a ofrendarle lo que es una de las cosas más sagradas para ellos: la bandera. Había miles, de todos los tamaños, con mensajes que le daban, sobre todo, apoyo y fuerza a Cristina: le daban su pedazo de patria para que ella pudiera seguir liderando la suya.
Pero quien era este hombre, el primer Caballero de la historia de la democracia argentina, que el día de su muerte, como si fuera una urgencia continental, reunió a los presidentes de todo el continente y fue más allá: obligó el abrazo entre ellos. Ahora, lo pienso yo, Kirchner era el hombre que podía unir a Latinoamérica. El sueño de la integración que idealizó Bolívar, que tergiversó Chávez, era posible con Kirchner. Su capacidad de gestión política, no me queda duda, era capaz de juntar bajo el mismo sentido las visiones de los variopintos estilos de gobiernos que ocupan los sillones presidenciales.
Eso que se mostró cuando logró que dos enemigos acérrimos y que solo tenían en común que hablan español como Juan Manuel Santos y Hugo Chávez se dieron ese abrazo en la preciosa Santa Marta y se confirmó con esta prisa de todos los mandatarios en declarar días de duelo, atravesar el continente y venir a darle un abrazo de pésame a Cristina, cuando bien podían quedarse en sus palacios y seguir el transcurso de sus vidas, porque sencillamente, Kirchner era el primer caballero de la nación y nada más.
Evidentemente, era mucho más. Aunque en el interior, esa salvaje forma de de hacer política había logrado dividir el país en fragmentos de disidencia que poco o nada le ayudan a esta gran nación, afuera, esa apasionada forma de enfrentar los retos, era traducible en la más admirable de las audacias. Y eso, aunque no se note mucho por ahora, era lo que necesitaba esta región: alguien que fuera capaz de ser amigo de Chávez y de Santos, sin que ninguno de los dos se enoje y todos sigan tan tranquilos. Que sea capaz de convocar a una reunión en la capital más alejada del continente y sin reparos, todos los presidentes se monten en sus aviones y lleguen lo más pronto posible. Y él sabía del potencial de esta región. Ya lo había escuchado de un economista hace algunos meses “Cuando América Latina se integre, será la tercera economía del planeta”.
Ahora, aunque la gran incógnita corona al ámbito político de Argentina, la región debería preguntarse quien va a ser el hombre que reemplace a este animal político en la Secretaría General de Unasur. Por ahí están rondando nombres que no alcanzan para llegar a su gran perfil, en especial con esa capacidad de hacer amigos hasta en el desierto: Ricardo Lagos, Alejandro Toledo, Lula –que debería quedarse con el puesto desde ya-, Álvaro Uribe –que debería olvidarse del tema desde ya- y Michelle Bachellet. Alguno de ellos, por un servicio con el futuro de los latinoamericanos de hacernos el favor y mantener los hilos de unión e integración que este lánguido, pero encendido personaje argentino había logrado, antes que un infarto inesperado se lo llevara antes de tiempo.
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