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Highlane con vista a la 10th Av., en el sureste de NY. |
Woody Allen observa el imponente reflejo del puente Manhattan y le dice a Diane Keaton con emoción: “Esta es una gran ciudad. No me importa lo que opinen los demás. Es tan extraordinaria". Con frases así, con imágenes como esa, con otras películas, otras canciones, algunos libros, uno se fue llenando de razones para viajar a Nueva York.
En los últimos años, la gran metrópolis estadounidense estaba de luto. Las Torres Gemelas habían caído, la Estatua de la Libertad había que observarla desde un barco y parecía que sus encantos se iban nublando con los recuerdos y el miedo. Viajar ya no era tan interesante, Allen dejó de hacer películas allí. Los libros envejecieron. Las canciones se mudaron de lugar.
Sin embargo, Nueva York nunca dejó de creer. Lloró su dolor y cumplió con su luto. Ahora, después de cinco días de estar en ella, parece otra gran ciudad, otro destino lleno de cosas nuevas, donde se puede ver lo que la hizo la capital del mundo y también donde se puede sorprender con lo nuevo que sale al paso con sólo caminarla.
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El Mercado de Chelsea |
Un lugar impresionante para visitar es el 911 Memorial, o lo que se conoce como la Zona Cero. Allí, en dos gigantescas piscinas negras que marcan el lugar exacto donde estaban construidas las torres, se recuerda a las 2934 personas que perdieron la vida durante los ataques del once de septiembre de 2001. Con sus nombres marcados sobre el bronce que rodea las fuentes, en el posible lugar donde estaban al momento del impacto.
La sensación de haber presenciado todo por televisión, en vivo y en directo, y ahora observar el agua caer es estremecedor. Algunas personas posan para la foto encima de los marcos de bronce. Otras solo observan, en silencio, y hay quienes no pueden aguantar las lágrimas. En medio de las piscinas se encuentra un peral que resistió el embate de los ataques y se le llama “el árbol de la vida”. Y aunque hace unos años un huracán lo desprendió de raíz, los rescatistas de Nueva York lo encontraron y volvieron a sembrarlo y allí está, como un héroe con el que todos se toman la foto de rigor.
Pero es hora de tomar el metro y buscar el sudoeste de Nueva York, viajar al Meatpacking District, a pocos metros del río Hudson, donde la historia y una estructura enorme y envejecida indican que allí, durante los años 30, corría una larga vía del tren conocida como la High Lane. La idea de ese entonces era evitar que trenes con contenidos peligrosos, como dinamita o residuos biológicos, circularan en medio de las calles de Manhattan y pusieran en peligro a los habitantes de la ciudad.
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Highlane |
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La gente descansa al sol en los nuevos lugares de este parque |
En 1980 pasó por allí el último tren y las líneas dejaron de usarse. Tanto que, en 1999, el gobierno de la ciudad había decidido demoler las vías, que estaban sobre una estructura elevada sobre las calles. Un grupo de empresarios y vecinos del sector decidieron que las vías se podían convertir en un parque lineal y pelearon para conseguirlo. El alcalde Michael Bloomberg y la ex- Secretaria de Estado Hillary Clinton dieron su apoyo al proyecto.
Después de cinco años de trabajos, hoy se puede caminar por las antiguas vías convertidas en jardines, caminos peatonales, donde hay reclinadores de madera para echarse a dormir una buena siesta, una tribuna para mirar los carros pasar por la Décima Avenida y barandas para simplemente asomarse y apreciar cada unos de los rincones de esta zona de Nueva York, incluido el emblemático Empire State a la distancia.
Después, si el hambre acosa puede darse una vuelta por el subsuelo del emblemático Hotel Plaza, donde en un toque de audacia decidieron, en 2010, convertir una especie de sótano en una plazoleta de comidas espléndidas de distintas clases: italiana, de mar, postres y yogur helado. Y todo a precios accesibles.
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El Chelsea Market está ubicado cerca de Highlane |
O bien puede quedarse por las inmediaciones de la High Line y bajar al Chelsea Market, un antiguo mercado de la granja que fue convertido en un corredor de almacenes independientes y comidas orgánicas donde se puede elegir entre sanduches, pollos al horno y sopas en época de invierno. Sin embargo, lo más recomendable es meterse al Seafood Market donde le servirán una langosta recién hervida y que se come aquí sin importar la etiqueta. Sólo el hambre cuenta.
Aunque el mercado es antiguo y su renovación arquitectónica se ejecutó en 1998, los espacios rústicos pero amables del Chelsea Market hacen parte de esa nueva ciudad que no quiere quedarse en el pasado. Se alimenta de él, sí: de los espacios abandonados y vacíos que cuentan la historia neoyorquina. Pero para integrarlos y darle nuevos sentidos en esta ciudad que no cesa de reinventarse.
Guárdese unos días para encontrarse con la Nueva York que inspiró canciones, fue escenario de grandes y pequeñas películas y alimentó frases y párrafos de escritores. Y se podrá sentar, en la noche de despedida, frente al puente de Manhattan para repetir aquella frase de Allen con todos los deseos cumplidos.
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