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Se viene hablando hace rato de esta película. Hace algunos meses, cuando la publicidad de las revistas le dedicaba cuartillas enteras a “Los Idus de Marzo”, la mayoría de los críticos y periodistas llevaban su atención sobre el inminente estreno de The Descendant. La mayoría de los críticos acertaban en decir que la verdadera actuación brillante de George Clooney no era el empeño político de Idus (La cual produce y dirige), sino en esta especie de comedia que no es tan comedia, pero tampoco drama, en fin, algo que todavía no me termina de cuadrar y ya hace cuatro días que la vi.
Pero hay un dato que se necesita poner en contexto antes de entrar en detalles: su director, Alexander Payne. Hace siete años este hombre originario de Nebraska sorprendió (Aunque ya había ganado el Oscar con About Schmidt) con la exquisita película de 2004, Sideways (Entrecopas) que narraba la relación de dos amigos durante un recorrido por el Napa Valley. Sin embargo, a pesar que su nombre se reveló como uno de los más prometedores de la industria, Payne decidió dedicarse a otros proyectos que lo alejaron de las candilejas de Hollywood. Ahora regresó con esta película, en la que se arriesga, entre otras cosas, a poner al glamouroso Clooney como otro mortal más.
Y lo logra. La historia es simple: Matt King (Clooney) es un abogado norteamericano que vive en Hawai y aquí la primera bofetada de esta película que no se detiene a la hora de los golpes bajos: La Hawai que se muestra es un lugar gris, taciturno, sucio y que nada corresponde al paraíso de las agencias de viajes. Es un lugar donde dan ganas de salir corriendo y ahogarse en ese mar transparente y turquesa. Y no solo eso, Payne, casi como una burla cruel, nos pone en el último lugar donde nos gustaría estar en Hawai, en un hospital, al lado de una mujer que ha caído en coma debido a un grave accidente en Snowboard y quien es la mujer de King. Mientras esto pasa, Clooney además debe procesar toda la información necesaria para vender el último terreno virgen de Hawai que pertenece a su familia y que lo hará inmensamente rico.
Y es aquí donde Payne nos regala la única caricia de la película, una aparición tan bella y sexy como la salida del mar de Ursula Andrews o las faldas al aire de Marilyn Monroe, pero que basta para que el sabor raro de lo que viene sea digirible: Shailene Woodley, quien interpreta a Alexandra, la hija mayor de King y que le revela a su padre el gran secreto y lo que define la película: que su madre, la cual esta desahuciada por los médicos, le puso los cuernos con un vendedor de finca raíz, que a su vez tiene interés en el negocio de las tierras de King. Y es aquí donde empieza una extraña película donde Clooney corre como un pingüino y donde todas sus fanáticas pueden desmayarse de la impresión de ver a su galán en semejante situación de descompostura; donde la hija rebelde no es tan rebelde, donde la madre no es tan madre, donde la venganza no se consuma, pero que mientras todo intenta que pase sin que realmente pase, Payne quiere mostrarnos en verdad que somos un proceso interno de complejas sensaciones. Ya lo había hecho Sam Mendes con American Beauty, no somos lo que aparentamos, somos lo que vivimos a cada momento y en eso parece radicar esta gran versión sobre la muerte, la vida y la traición: no somos una película de Hollywood donde pasan cosas extraordinarias, sino personas que cada día deben luchar por sacarse ellos mismos adelante con todas las miserias posibles y con todos sus valores exprimidos al máximo.
Por supuesto los críticos tienen razón: Clooney firma la mejor actuación de su carrera, por dos razones en mi concepto. Una porque carga tranquilamente el peso de la película en su definición, Clooney no es Clooney, no es el seductor y dandy, es un tipo que se pone camisas feas, que entra al baño, que la mujer lo engaña, que corre sin elegancia, pero que también lucha, que no se vende por un puñado de dólares, que mantiene intactos sus valores a pesar que en menos de una semana –más o menos el tiempo de la narración- su familia se va al piso y dos, porque rompe con el estereotipo de los actores dramáticos o enfermos como al autista de Hoffman o el enfermo mental de Hopkins o el desquiciado boxeador de De Niro que tanto gustan a la Academia.. Si algo le faltaba a Clooney era quitarse ese aura de galán que lo había enrollado, que no se quitó en Idus –es un candidato a la Presidencia de los Estados Unidos- y que aquí, se comporta como un tipo común y corriente.
Es una película para recomendar? Sí, pero hay que aclarar que es rara. Que nunca durante las casi dos hora de duración, nos vamos a sentir cómodos en el paraíso. Que a pesar de la belleza de Alexandra y la gran interpretación de Clooney, la película va por la mitad del camino entre Bambi y Precious, donde nada es tierno, pero tampoco es ese apocalipsis social que pintaba la historia de Lee Daniels. Es una película para los Oscars? Le falta el tono épico que le gusta a los miembros de la Academia,pero también ese tono descarnado que ha hecho figurar a Pulp Fiction o Fargo pero Clooney no se bajará de una nominación y lo más seguro es que Woodley reciba una nominación a mejor actriz de reparto, sería un acto de justicia a su resoplido de frescura que trajo en esta rara pero muy digna The Descendants
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