![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEheFNfs4tTZmfCHRdbeaKvezegKnKVvTu4rpBs2RQMii3h7VwpJcsxNmatsvqHrR1w6Cf7bLjs8SA1-vF4kyKKBxdTICaXDdiizEgRT5Olv3ur8STm0X0PQf_mU6EWhycEZQU4RK8lPKHI/s320/logo-seleccion-colombia.jpg)
No somos un país de victorias. En nuestro almanaque de momentos memorables hay pocos trofeos que mostrar. Somos un pueblo de méritos por nuestro corazón, por creer más allá de las posibilidades, por hacer crecer los garbanzos con poesía, pero pocos títulos, pocos primeros puestos. Muchos empates, muchos “se hizo lo que se pudo”, mucho corazón. Pocas medallas.
Ayer Colombia, de nuevo, esa concepción de país que todavía no completamos y en la que hemos puesto muchas más expectativas que realidades, volvió a desencantarnos. La decepción había comenzado el viernes, de noche, en curramba, el lugar del mundo donde más se ha cocinado esa idea de identidad colombiana. Venezuela, que hace muchos ños era nada, menos que nada, que bateaban los balones de fútbol, vino a Barranquilla y nos empató y lo hizo en esa misma filosofía claroscura pantanosa de la que no salimos: “Perdimos muchas oportunidades” “Si Teo la hubiera metido”, casi, tal vez, podría. Palabras para determinar lo indeterminable son las que nos definen.
Pero la catástrofe no es tragedia cuando todavía sobra la esperanza. Para la mayoría de colombianos que tienen memoria y habitamos ese precioso territorio colmado de agua, la mayor cercanía a la gloria se tuvo con el cinco cero. Por 90 minutos derrumbamos nuestro mito fundacional de las aspiraciones frustradas y podíamos empezar a recorrer el camino de la victoria sin restricciones. Teníamos todo, pero a la vez, ese caldo denso que somos nos dejaba sin nada. Fuimos los mismos de siempre y todo terminó con la muerte, porque así somos en este país, lo que no podemos comprar, convencer, lo enterramos con bala. Y Argentina se convirtió para siempre en los colores de la esperanza. Si volvíamos repetir la hazaña, ya no por cinco goles, sino con uno, abriríamos de nuevo esa puerta que nos dio tantas alegrías, de las cuales muchos no hemos despertado. Somos los drogadictos que no hemos vuelto a tener ese primer “instante” y cada vez que vemos aparecer una camiseta albiceleste, alucinamos con ilusión bastante nefasta que podríamos cambiar nuestro destino de parias que nos tiene reservados en una esquina espléndida y codiciada, pero que no nos ha permitido desatarnos de nuestras propias miserias.
Pues bien, la derrota, la más vieja amistad que ha tenido el deporte colombiano, se hizo presente. En un partido flojo, con los jugadores fundidos, donde los cambios llegaron tarde y equivocados, pero sobre todo, donde Argentina se sintió como en el patio de la casa de cuenta –otra vez- de los que no pudieron acogerse a la voluntad patriótica, sino que como locas desatadas se fueron a corear el nombre del dios Messi frente al hotel, nos ganaron. Por supuesto, los gritos iracundos de los periodistas se hizo sentir, la rabia capitalina por el despojo injusto, esa falta de claridad sobre lo que somos, nos hace tambalear y casi caer: de nuevo estamos al borde del abismo y vamos a comenzar a tomar medidas desesperadas, ya lo decía Arendt: Un hombre en peligro de muerte, se vuelve un loco asesino.
Sin embargo, una de las primeras lecciones que podemos aprender, ahora, en el s.XXI, cuando llevamos 200 años de vida republicana, es que nuestra naturaleza es perder. Que no hay nada de malo en eso, que a pesar de un partido funesto, seguimos creyendo, porque para la realidad de nuestras vidas, el verdadero valor colombiano es la fe, nunca, ni siquiera ahora que entramos con pie derecho en el tercer milenio, hemos sido un estado viable, hemos caminado sobre una riqueza natural pocas veces repetida en el planeta, con una ubicación geográfica envidiable y lo único que hemos decidido hacer es matarnos los unos a los otros. Por supuesto, eso tampoco ha traído ningún vencedor a nuestro ADN y ahí estamos, eligiendo un presidente cada cuatro años y sacando la cédula a los 18. Creer en el país Colombia ha sido la única decisión mesurada e inteligente que hemos tomado en los últimos 200 años, pero debemos hacerlo con la convicción de que somos perdedores, pero que aún así, sigue siendo nuestro país, nuestra selección, que Leonel es el hombre, que Barranquilla ya nos clasificó una vez y esta vez lo va hacer. No nos ilusionemos sobre el factor de la victoria, sino sobre el factor de la creencia, de que si todos creemos va a ser posible que volvamos a un mundial, que si todos apoyamos, y eso incluye a directivos, patrocinadores y jugadores.
Oscar Wilde decía que había que tener mucha valentía para apoyar a los amigos en la victoria. Allí todos se engolosinan. Ahora cuando se pierde es más fácil decir “Seguimos creyendo”, porque al final, nada se pierde. Pues bien, sigo creyendo en Leonel, en la selección, en este país que a pesar de navegar por tantas desventuras y fatalidades, sigue siendo el mejor lugar del mundo para vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario