jueves, 13 de junio de 2013

La carretera de los sentidos


 
La Pacific Coast o la famosa Carretera 1 a San Francisco es color amarillo. Amarillo tierra. Bajo esa niebla marrón, la costa de California se da un abrazo con el mar. Hace una hora salimos desde Los Ángeles hacia el norte. En carro. Nos esperan 841 kilómetros y diez horas de viaje en dos días. El sol hace su trabajo sobre el paisaje. El viento acaricia.

 
La imagen que se aprecia por el parabrisas es una postal.

 
Para ir a San Francisco no se necesita dar tantas vueltas. Por la 101 o por la interestatal número 5 se puede llegar en la mitad del tiempo. Sin embargo la elección de transitar la Carretera 1 no tiene nada que ver con la prisa. Es casi todo lo contrario: es un ejercicio de contemplación. Es tener la oportunidad de observar la placidez del mar mientras se maneja a casi 130 kilómetros por hora . Recorrer esta parte de los Estados Unidos es poder acariciar la brisa del Oceáno Pacífico. Aunque en un principio la Carretera 1 fue diseñada como una forma de comunicar a Los Ángeles y a San Francisco con la región del Big Sur (ya más adelante conversaremos por qué era importante hacerlo) en la década de los 30, con los años manejar por esta ruta se convirtió en un placer. En un sueño californiano. En un destino turístico.

 
La primera parada de este viaje podrían haber sido muchas paradas. Estaba Santa Bárbara y sus vinos o la perfección solitaria de San Luis Obispo. Nosotros veníamos con una recomendación a cuestas: Solvang. Aunque no habíamos visto una sola foto, la premisa era apetitosa: un pueblo enteramente danés en medio de California. Llegamos de noche y los árboles estaban llenos de luces, mientras las casas, que parecían sacados de los dibujos de Blancanieves o La Cenicienta de Disney, estaban palidamente iluminadas por bombillas que parecían de otro siglo. En medio de la calle principal, en el único local abierto a esa hora de la noche -las siete y media- la “Solvang Brewing Company” o la Compañía Cervecera de Solvang parecía de fiesta. El resto, dormía.

 
Solvang es realmente un enclave danés en Estados Unidos. No es para nada una ilusión turística. En 1911, un grupo de daneses que huían del crudo invierno del medio oeste norteamericano vinieron a parar a este remanso verde ubicado en la jurisdicción del condado de Santa Bárbara. Con el tiempo construyeron las casas, los parques, los templos y hasta los colegios a imagen y semejanza a los que habían dejado en Dinamarca. Y también  trajeron su repostería espléndida: los sombreros de Napoleón, que son galletas coronadas por mazapán y chocolate o el Rugbrod, más conocido como el pan amargo, entre otras delicias. Así que cuando amanece, Solvang cobra vida. Hay que seguir el viaje, compramos algunas galletas y un pan con queso.

 
A partir de San Luis Obispo, que está a una hora de Solvang, la carretera de verdad se encuentra con el mar. Lo de antes fueron solo coqueteos. Ahora sí, el paisaje famoso, los acantilados con sus precipicios enormes, el mar que golpea y le da forma a las rocas. El siguiente capítulo de este viaje es el castillo del magnate de los medios William Raldoph Hearst. Si no le suena el nombre, aquí un par de datos: Hearst  fue dueño de 28 medios de circulación nacional, entre ellos la famosa Cosmopolitan y fue el hombre en el que se inspiró Orson Wells para escribir Ciudadano Kane.

 
De hecho, Xanadú no es otra cosa que la recreación en el cine de este lugar.

 
El lugar, al que Hearts llamaba “El Rancho”, es impresionante. Es una casona gigantesca, mezcla de iglesia del barroco español con villa romana de 56 cuartos y 16 salones destinados cada uno a una actividad distinta: billar, ping-pong, cine, fumar, cartas, leer el periódico, etc. Los techos fueron extraídos de viejos castillos españoles, se demoró 30 años en construir este exapbrupto de la arquitectura, que ahora es un museo a la megalomanía. El recorrido por los salones, cubiertos de gobelinos franceses y alemanes, pinturas del renacimiento estancadas en el polvo y el tiempo, oprimen esta sensación de pequeñez que va con uno a todos lados y que es rematada cuando el guía explica que este solo era una de las “30 propiedades que Hearst tenía en el país”.

 
Después de proyectar una película en una sala de cine adornada con cariátides de madera, donde se ven cómo la pasaban de bueno en este lugar leyendas del cine como Charles Chaplin (que según cuentan estuvo a punto de morir por culpa de los celos de Hearst) Cary Grant y los Hermanos Marx, entre otros, nos llevan a los exteriores. Como estamos en primavera el espectáculo no puede ser mejor: sobre un mirador de flores se extiende el Pacífico en toda su grandeza. Más abajo, por unas escaleras se llega a la pisicina Neptuno, rodeada por esculturas de mármol. A pesar que es utilizada pocas veces en el año, es tan inmensa y sus aguas tan cristálinas que solo dan ganas de tirarse y quedarse allí el resto de la tarde.

 
El atardecer se demorará un rato, así que hay tiempo para otras paradas. Por la misma ruta, pocos kilómetros del castillo de Hearst, se encuentra Piedras Blancas, una playa repleta de elefantes marinos, que en este caso, es un matriarcado de elefantas. Una señora se acerca, con un pedazo de piel vieja en las manos, para explicarnos que en este momento las hembras son las dueñas de esta parte de la playa y que los machos están en otro lugar remoto. Están una sobre la otra, amontonadas, perniciosas, dormitando, algunas enchándose arena sobre el lomo, pero la mayoría con sus barrigas pardas y felices al sol. Una de ellas, curiosa, observa a los turistas que se detienen aquí. A lo largo de la costa de California no es extraño encontrarse con focas, leones marinos y otros mamíferos de este tipo. Más adelante, en Carmel nos encontraremos con otras más.

 

 
Big Sur, la región por donde más se puede apreciar la belleza de esta carretera, fue un lugar famoso por convertirse en el refugio de famosos artistas como Hunter S. Thompson, el fundador del periodismo gonzo, el novelista Jack Kerouac, el fotográfo Edward Weston que de alguna manera ayudaron a gestar el movimiento hippie, que nacería en la esquina de Haight y Ashbury en San Francisco durante de la década de los 60, a kilómetros de aquí. Lo que sigue en el mapa es de hecho una biblioteca, rústica, que esta tarde está de feria: venta de raíces, libros místicos, alguien pasa con una copa de vino y la gente se ubica sobre el césped que está a la entrada para escuchar a alguien tocar la guitarra. La biblioteca, que es más bien una librería, se llama Henry Miller, el autor de Trópico de Cáncer que vivió más de 20 años en Big Sur. Un par de canciones y una ensalada de frutas  no están nada mal para continuar.

 
La acción buena del día es, por supuesto, mirar el atardecer. Ver como el mar se va apagando bajo la luz naranja de un sol que no quema ni arde. El lugar debe ser Nephentes, un bar-restaurante-tienda, con el mismo ámbito de paz y amor que se respira por toda esta ruta. El lugar tiene un mirador y no se necesita más: el mar, en paz, plateado, eterno. El cielo, todo en silencio, apenas si se escucha el murmullo de los otros comensales. La placidez. La perfección de una atardecer.

 
El viaje termina en Carmel, la ciudad de la que alguna vez fue alcalde el actor Clint Eastwood (de 1986 a 1988). Es una ciudad limpia. Bella, donde no se hay un aviso mal puesto, las casas parecen de cuentos de hadas, frente al mar con un malecón hecho de árboles donde uno se puede volver a enamorar una y otra vez. Es un lugar para caminar, dejar el carro, y recorrer sus locales de repostería fina, cocholaterías, restaurantes y desgustaciones de vino, para despedirse de esta carretera increíble que después de unos vinos se puede comprender porque es tan histórica.




 

miércoles, 8 de mayo de 2013

Los frutos extraños en Kindle


Tengo dos frustaciones y tres pasiones: el fútbol, la literatura y el periodismo. A muchos les ha pasado, muy pocos -no recuerdo a nadie en este momento- han logrado cometer las tres cosas juntas. Yo soy un futbolista frustrado, un escritor a punto de rendirse, sin embargo, creo que todavía puedo apostar por el periodismo. De hecho eso es lo que hago para vivir. Y dentro de ese mundo inmenso del periodismo, la crónica es algo que me enamora profundamente. Leerla y escribirla. Percibir y construir. O en mi caso, muchas veces, destruir.


Leila Guerriero, uno de los referentes
de la crónica en Latinoamérica
Este prológo sirve para darle entrada a la pequeña recomendación de esta semana para los amantes de los libros y del periodismo que quieran tener algo en su Kindle- y que sea en español. Pero antes de hablar del libro, quisiera escribir sobre algo que ocurrió esta semana. Uno de mis lectores, pero sobre todo, uno de mis amigos más entrañables, el doctor Antonio Carlos Toro me escribió de dónde podía conseguir el libro que había recomendado la semana pasada, Las Armas Secretas de Cortázar. Yo, ingenuamente, respondí que en Amazon, como todo el mundo. Resulta que no lo podía bajar de allí y cuando lo envié al Amazon de España, no lo dejó porque evidentemente su IP llevaba la bandera colombiana y no la española. Esto, por supuesto, me puso a pensar varias cosas sobre la recomendación de los libros, pero sobre todo, de las limitaciones que tiene este aparato. Restricciones que creo valen una reflexión más profunda que un párrafo -y que serán parte de la nueva entrada de la semana entrante y se reciben consejos-. Pero ya hablaremos de ello.

Ahora, a los bifes.

“Frutos Extraños” de Leila Guerriero, es, como bien títula su autora, un libro de varias cosas, que por un acto de magia, se transforma en algo compacto que parece uno sola cosa. Me explico. Frutos extraños es un libro de crónicas que esta periodista argentina, ganadora del premio de Nuevo Periodismo Iberoamericano reunió durante nueve años de trabajo, pero que al final, parece una gran historia. Y aquí viene la razón por la que yo recomiendo ponerlo en el estante virtual: el estilo. Los que nos gusta escribir y especialmente, los que nos gusta escribir crónicas y reportajes de largo aliento, además de darnos en la jeta con las palabras para que cuadren cómo debe ser, tenemos otra pelea, mucho más interna y profunda, en mi concepto: el estilo. Que las cosas se escriban como uno es por dentro, único, irrepetible. Exacto. Y eso lo consiguen muy pocos. Pues bien, Leila Guerriero, a través de este libro, nos muestra su voz en la realidad, su visión de lo preciso, su cristal de la no ficción.


El libro tiene unas 20 crónicas y/o perfiles. Además de otras reflexiones sobre periodismo. De todas esas -aclaro, todas las historias valen la pena leerse- me quedo con cuatro. La primera es René Lavand: el mago de una sola mano. Guerriero, en mi parecer, es una de las mejores perfilistas del español. O sea, es a quien mejor le quedan los perfiles. Caparrós es un gran ambientador y sobre todo, observador infalible. Meneses, el chileno, es capaz de contar la historia de un clavo y hacerla una historia digna de abrir un periódico. Salcedo Ramos, como ya lo dije acá, hace fantasía con las palabras. Guerriero crea estatuas de mármol con sus textos. Sus perfiles son los que permanecerán en pie después de los terremotos. Y este es uno de esos casos. Esta es la historia, imposible, de un mago de una sola mano, el argentino René Lavand. El relato es sobre la visita a su casa. Solo eso y solo eso necesita para dibujarnos a este hombre. Lo hace con atrevimiento, describiendo como solo ella sabe describir, el ambiente que hace el personaje un ser humano. No le da pudor que el tipo haya perdido la mano en un accidente de infancia. Me parece en algunos rastros del texto, que ni siquiera siente lástima ni admiración. Simplemente lo ve y lo describe. Y lo investiga ¿Cómo logra ese texto enorme? Pues bien, ahí es donde se nota el estilo, como ubica sin desperdiciar una sola letra, cada palabra en su preciso lugar. 

Todo parece ficción. Y no lo es.

El segundo texto, que le mereció el Premio del Nuevo Periodismo, es la Voz de tus huesos. Guerriero no regala un adjetivo que no merezca su lugar y por lo general ocurre en el primer párrafo donde esa oficina gris en el barrio de Once necesita que las cosas tengan alma. El resto es una descripción quirúrgica de un horror que a nosotros los colombianos nos puede sonar familiar: el trabajo del equipo de antropología forense argentino que se encarga del recnocimiento de muchas de las víctimas de la dictadura que dirigió con sangre a la Argentina desde 1976 hasta 1983. Es una crónica perfecta: empieza donde debe comenzar y termina de la misma forma. Nada sobra, nada esta mal puesto, no hay una descripción de aire, no hay una sentencia que no deba ser citada. Y eso en periodismo, en narrativa, es como un 10 en gimnasia, un hoyo en uno que se repite párrafo tras párrafo. 

Jorge Busseto, el clon de Mercury
Las otras  dos historias recomendadas son un perfil -como no- y otra crónica. La primera es una de los perfiles de Guerriero más replicados o al menos, el más visible. Yo recuerdo que lo leí en Soho, hace ya muchos años: El clon de Freddie Mercury. Es tal vez la nota donde hay más humor en las notas de Guerriero, sobre todo -y esto es un valor de la narradora- el personaje principal, Jorge Busseto, es un personaje. La nota que va casi al extremo del ridículo de cuenta de este hombre que literalmente parece el clon del gran Freddie Mercury y que ha convertido su vida en eso, en dar conciertos que recuerdan a la banda inglesa y a su líder. Aquí el talento de Guerriero no es la precisión, es la observación y la transformación de eso en un perfil. Busseto es un hombre que está casi al borde del delirio y eso se percibe tras cada párrafo. Por eso, tal vez, este texto sea uno de los más conocidos de la argentina. Y es una delicia.

La crónica es Lazos de sangre. La historia es cómo una mujer se entera, de la noche a la mañana, que no es hija de su padre, un militar retirado, sino de uno de los 30 mil desaparecidos durante la dictadura. Guerriero, que bien podía enfocar la historia en ella, en la mujer que desorientada y sin identidad, recurre y apuesta al doble: cuenta la historia de cómo vive este proceso su nueva familía, su abuela nueva, sus tíos nuevos, sus primos, que son de otro mundo al que la mujer perteneció durante su crianza. Hay que tener pantalones para que en un relato uno quede con la sensación de que la victíma es la mala del paseo, sin emitir el menor juicio posible. Pues bien, eso ocurre. Pero mejor no les cuento el cuento y los dejo para que lo lean. 

Si siguen leyendo, escriban hombre. La próxima semana prometo que les cuento cómo es que funciona este incipiente mundo de los e-books en español o e-libros o libr@s, que es más complicado que comprar y esperar que se descarguen. 

Nos seguimos leyendo!!!


martes, 30 de abril de 2013

Las Armas Secretas, en Kindle en Español.




No soy muy amante de Cerati post Soda. Pero ahora pongo el Ipod, modo aelatorio y arranca con “Amo dejarte así” uno de los tracks de Siempre es hoy, el tercer álbum de Cerati después de clausurar a Soda Stereo. Me gusta que haya empezado así este momento de escritura y me gusta más que mientras avanzo comience esa tonada única de Flaca de Andrés Calamaro. Y me gusta porque de quién voy a hablar esta sesión de “Kindle en Español: la conquista” es del gran Julio Cortázar “El argentino que se hizo querer de todos” según la desripción de Gabo y el único hombre al que permito que mi señora lleve una foto en su cartera. 

Las armas secretas es una
recopilación publicada en 1959
En la versión Kindle, Cortázar tiene varios titulos. Rayuela, Bestiario, Historia de Cronopios y Famas. Todos ellos valen un lugar en este aparatico (al que ya le compramos protector) Todos ellos valen su peso en pesos. Uno, si se precia de ser lector y amar los libros, debe tener al menos la colección completa de los cuentos de Cortázar, pero no esos volúmenes pesados y sin alma que publicó alguna vez Alfaguara, sino libro por libro: Bestiario, Historia de cronopios y famas, Todos los fuegos el fuego, Octaedro, Alguien anda por ahí, Queremos tando a Glenda, Deshoras y él que es para mi su libro más bello: Las armas secretas. Y para mí, si uno quiere empezar a comprende la grandeza de la literatura latinoamericana que llega a su cima con Cien años de soledad y El aleph de Borges, debería empezar por este libro, donde las palabras, literalmente, viven, cantan.

Vibran

“Aprendizaje” de Sui Generis. Paro la escritura y le pongo cinco estrellas en el Ipod. Las armas secretas es un libro corto: son apenas cinco cuentos. Pero sin equivocarme, es el mejor libro de cuentos en español, solo disputable por La palabra del mudo  del gran Julio Ramón Ribeyro. El libro comienza con una explosión en la cara: Cartas de mamá.  Cuando lo leí por primera vez, sentí que la vida diaria, era posible en la literatura. Son esos pequeños anzuelos que de vez en cuando nos tiran los genios de la literatura a los aspirantes a escritores (que terminamos, tristemente en muchos casos, en felices lectores) de que podemos ser como ellos. Este cuento es así. Es tan sencillo, pero a la vez tan efectivo que uno no puede encontrar los rastros de la carpintería. Es una novela de Corin Tellado hecho máxima literatura. Este es uno de esos cuentos que yo recomiendo para recorridos largos. Cuando se termina es como cuando se acaba un postre delicioso que se antojaba eterno. Su lectura no lleva más de media hora -creo-, pero cuando se acaba, cuando Cortázar pone punto final, uno se queda con la sensación de que para uno el viaje no ha terminado. A pesar del frenazo en seco, del nock out, las llantas continúan chirriando contra el asfalto. La caída sobre la lona es en cámara lenta. 

Pero lo bueno de eso es que quedan cuatro cuentos más. Y sobre todo, queda El Perseguidor, el mejor cuento en español en mi humilde opinión. De este relato se han dichos tantas cosas, que escribir algo es redundar. Para mí Cortázar no escribe aquí, compone, crea un track de jazz inolvidable. Alguna vez, mientras caminaba en una estación del metro de Londres y me encontré de frente con un saxofonista, pensé en el cuento, pensé que este hombre era Julio o Bruno que se habían encontrado el instrumento que Johnny dejó tantas veces debajo de una silla de algún metro del mundo. Eso, cuando la literatura llega a convertirse en un recuerdo propio, es magia. Y eso lo logran pocos maestros. 

Julio Cortázar, "el argentino que se hacía
querer de todos"
Pero allí no se acaba este libro grandioso. Después llega las Babas del Diablo. Este es un cuento difícil. Es el Otoño del Patriarca de Cortázar, después de su obra maestra, viene algo totalmente opuesto, otra narración, otra historia. Otro nivel del tiempo. Y es en este cuento donde Cortázar deja de escribir para empezar a componer. Dicen los especialistas que Las babas del diablo trata de la fotografía. Bueno, de hecho trata de un fotográfo. Yo pienso, en cambio, que es una canción. Una canción continua, sin coros ni repeticiones. Una canción que empieza como un cuento de los Hermanos Grimm y termina en la misma altura literaria del monólogo de Molly Bloom que sirve de epílogo a Ulises. Que empieza como una melodía de Veloso y termina en una descarga al mejor estilo de Ray Barreto en Acid. Explosivo. 

Quedan por supuesto otros dos cuentos geniales: Los buenos servicios y el cuento que le da el título al libro, Las armas secretas, este último casi un ensayo de lo que leeríamos después en Rayuela. Pues bien, Las armas secretas está en Kindle y es un libro que bien vale la pena tener para leer en el metro, día por día, cuento por cuento, con la esa seducción que solo las palabras trabajadas por el gran Julio Cortázar podía lograr. 

miércoles, 17 de abril de 2013

“Yo puedo hacer papeles que Clooney no podría”: Bryan Cranston


Bryan Cranston, más conocido por su personaje de Walter White, un profesor de química que se convierte en un capo del narcotráfico en la notable serie Breaking Bad, exuda actuación. Todas sus referencias, sus anécdotas y opiniones tienen que ver con el oficio que lo ha convertido en uno de los intépretes mas reconocidos en el ámbito de la televisión norteamericana, con tres Emmy en la vitrina, ahora comienza a ser llamado para actuar en las grandes producciones de Hollywood.

No es para menos, Cranston ha sido de todo: Amoroso padre en Malcom in the middle, el famoso dentista al que Seinfeld le tenía terror en la aclamada serie de los 90 o hasta modelo de comercial de Exedrin. Después de la fama adquirida en Breaking Bad, estuvo en el olimpo del cine, cuando hizo parte del reparto de la película ganadora del Oscar a mejor película este año: Argo. 

La historia, basada en hechos reales, cuenta la historia de un agente de la CIA, Tony Mendez, interpretado por Ben Affleck, que debe sacar de Irán a seis funcionarios de la embajada de los Estados Unidos que han logrado escapar en medio de la crisis sucedida en ese país del medio Oriente a finales de 1979. Crastron interpreta al hombre que trae a Mendez y quien debe velar para que pueda cumplir con su misión.

Con su papel de Jack O'Donnell en Argo, Cranston entró en las
grandes ligas de Hollywood

¿Siente que este es su momento estelar?

“Por lejos, este es el mejor momento de mi vida. Tengo 56 años. Y cuando comencé en esto, hace 32 años y decidí convertirme en actor lo único que pensaba: será que puedo vivir de esto. Y todavía hoy sigo con esa meta, que pueda seguir viviendo de actuar.  Actúo para vivir, interpretar varios personajes, es lo mejor de la vida”.  

Hablando con Ben Affleck, llegamos a la conclusión que no lo escogieron porque podría traer audiciencia por su papel en Breaking Bad, sino porque era el mejor para ese papel.

“Bueno, es genial saberlo, pero él es un mentiroso (bromea). No se que  parte del papel o de la caracterización de mi personaje en Argo que le haya hecho pensar que yo era perfecto para el papel. Yo estoy muy agradecido, porque recuerdo que cuando fue a reunirme con ellos, yo ya había leído el guión e iba preparado, porque en este negocio yo he aprendido que a pesar que tus agentes te digan “No es una audición, solo es una reunión”, siempre es una audición. Si no lo hiciera así, si me sentara con displicencia en esas reuniones, no estaría charlando con ustedes. Tu vas a contratar personas que amen trabajar y yo amo actuar. Me pasa que me levanto en las noches a tomar nota de las cosas que pienso pueden ayudar a mejorar el personaje. De hecho mi esposa se burla de mi diciéndo que yo me dirijo en los sueños. 

¿Cómo piensa que ha cambiado Hollywood desde el hecho que una estrella de television como usted pueda actuar en una película y pueda volver a la serie sin que eso afecte el desarrollo de su carrera?

Bryan Cranston en su papel de Mr. White
en Breaking Bad
“Creo que ha cambiado mucho. Yo siempre me resistí a que me encasillaran en algo como ser solo actor de cine o solo actor de televisión. Todos somos actores, todos estamos buscando historias que contar, que actuar. Yo no pienso que tengamos una clasificación, actúo en televisión, ok, en cine, ok, en teatro, ok, buenísimo, no creo que haya problema ahora con eso. Hay actores que piensan que hacer televisión o teatro es una cosa de segunda, pero yo no lo veo así. Yo con mis agentes soy muy claro, escojo lo que me gusta, así no me paguen mucho.



¿No le da miedo cambiar tanto de papel, en especial, que lo hacen cambiar en lo físico?.

“No. Y es en especial por la figura que tengo, que no es dígamos extraordinaria. George Clooney, y lo digo en serio, no puede interpretar ciertos papeles que yo sí puedo hacer. Es muy dificil que Clooney sea un plomero. Yo puedo ser un plomero. Él ciertamente puede ser presidente, yo puedo ser presidente. Yo tengo mucha más disponibilidad. Y también tiene que ver con la capacidad de aceptar o rechazar papeles. Durante muchos años, en los tiempos que hacía Malcom in the middle, tuve que rechazar muchas ofertas que me ofrecían papeles medio tontos. Y lo más seguro es que cuando termine con Breaking Bad, las ofertas llegaran para interpretar tipos que aparetan ser buenos, pero son perversos. Y no, no voy a seguir ese camino. 

¿Cómo fue el trabajo con Ben Affleck?

“El tipo es genial. Para mí, el trabajo más importante en cine es la pre producción. Toda la investigación, todas las reuniones para determinar la producción es lo más importante. Cuando llegas a la producción, a la filmación, todo debe estar listo. Lo que le ayudó a Ben a tener todo eso tan bien preparado, fue el guión. Si tienes un guión débil, te van a llegar todos los actores a preguntar “Por qué voy a decir esto”. Y lo que mayoría te responde cuando tienes un mal guión es: lo arreglamos en la edición. Argo tiene un gran guión, Terrie hizo un gran trabajo. Y eso fue lo que hizo fácil el trabajo. Mi personaje no consistía en ser un mentor de Tony Mendez, sino que como soy la persona que lo trajo a resolver el inconveniente, yo soy la persona que debo protegerlo. Así estaba en el guión y así se hizo.  Y en ese sentido, el trabajo con Ben tenía que tener una gran afinidad, porque en la película yo era quien respondía por él”. 


Y ese papel de director - actor que hace Affleck es distinto a lo que hace un director que solo se dedica a dirigir

Si un director no tiene experiencia laboral, debe tener mucho conocimiento del oficio para hacerlo. Los grandes directores lo hacen. Debe tener la suficiente empatía para hacer que  algo parezca natural en un entorno que para nada es el normal: la gente se mueve, habla, hay luces, cámaras. Es casi como un truco de magia o como manejar marionetas, si ves las cuerdas, estás acabado. Y lo que pasa con Ben es que él conoce el lenguaje, conoce la forma en que se hace esa magia. Entre más se pueda relajar esa atmósfera para que el actor logre hacer su trabajo, es un logro del director. 

¿Hace muchas bromas en el set?

Es algo complicado. Depende mucho del estado de ánimo de la grabación. Si te ponés hacer bromas cuando estás en un punto alto, puede desconcentrar a los demás. Yo no soy mucho de hacerlas, pero me he dado cuenta que cuando ya estás cansado, en las últimas horas de grabación de un día, si haces una broma, la gente suelta la carcajada y se despierta un poco. 

Usted trabajó con el rey de las bromas, George Clooney, quien es el productor de la película.

“Bueno, él vino pocas veces. Y creo que lo hace de esa forma, porque cuando el tipo esta en medio de las grabaciones, el ambiente cambia.  Es como cuando se termina la grabación y alguién dice, “Hey, George está aquí” y todo el mundo parece desconcentrarse, y él es muy sensible con esas cosas, así que procuro estar poco en las grabaciones”.

Cranston en uno de sus primeros personajes:
el dentista de Seinfeld
En varias oportunidades usted ha dicho que esa fama ganada, en especial con Breaking Bad, no la disfruta mucho

“No es tan así. Lo que pasa es que hay varias cosas con ese tema. Yo soy consciente que eso es una extensión de mi trabajo como actor, la relación con los fans de la serie. Pero me he encontrado con cierto grupo de personas que son buscadores profesionales de autografos, que después van y venden a 20 dólares o algo así. Y te pasas 20 minutos en el lobby de un hotel o en la salida de un aeropuerto firmando autografos que la gente sale a vender después. Y no se si me interese mucho hacer eso. Pero esta la relación con los verdaderos fans, con los que intento cumplir, pero algunas veces es complicado.  Pero tampoco se me puede olvidar que actuar es replicar las actuaciones humanas, así que me gusta estar entre la gente, conversar, para ver como puedo hacer mejor mi trabajo. Lo que pasa es que cuando la gente me reconoce, no puedo seguir observando, porque la gente cambia completamente su comportamiento cuando esta frente a una persona conocida.

¿Qué opina de la historia real, de lo que ocurrió en ese año, de lo que pasa ahora en Medio Oriente?

“Es llamativo que esta historia, que sucedió hace tanto, solo salga ahora. Lo que pasa, creo yo es que para realizar una película así, se necesita mucho desarrollo de la historia en sí. Muchas veces los directores tienen una idea en la cabeza, pero el escritor que contrataron no llega a ese punto, entonces buscan otro y ese tampoco. Entonces, es una verdadera coincidencia que cuando estamos a punto de estrenar la película, estén sucediendo casi las mismas cosas que pasaron hace 30 años. Y debe ser una lección para nosotros que a pesar de todos los cambios que hemos presenciado en estos años, las cosas sigan iguales”.

¿Qué opina del pequeño corto que cuenta el contexto de la situación de la crisis de los rehenes al principio de la película?

Bueno, creo es un acto de responsabilidad de los productores en decir que gran parte de la crisis fue originada en gran parte por el mal manejo del gobierno de los Estados Unidos de ese entonces y de los anteriores.  Yo creo que ese también es un logro de la película, que deja que el espectador sea el que tome la opinión que crea mejor sobre esa situación: o la disfruta como una película o se da cuenta del contexto político de esa historia”. 

jueves, 11 de abril de 2013

El Último Encuentro en Kindle


Hay libros que llegan desde buenas manos. Sobre todo cuando llegan de las manos de los amigos. El libro de esta semana en Kindle, me llegó de esa forma, que con el tiempo, las dedicatorias y las palabras se llenan de perfume de buenos recuerdos. Pues bien, el libro es El Último Encuentro del escritor húngaro Sandor Marai. Esta novela me permite introducirnos en la categoría: vinito y chimenea para tierra fría. Cervecita y balcón en tierra caliente. Es un libro que se puede leer en dos días, lo que lo hace perfecto para Kindle, porque he descubierto en los últimos días que los libros largos pueden correr el peligro que uno se pierda en un universo paralelo: uno no sabe en que parte del libro va. Y eso cuando el libro no te atrapa de una como el que actualmente  estoy leyendo, es una sensación extraña. 

Terrible en algunos momentos.

Pero bueno, a los bifes. El Último encuentro es tal vez es libro más conocido de Marai, - al lado del Divorcio de Buda- quien se hizo no solo famoso por sus novelas y cuentos, sino porque se metió un tiro a los 89 años en su casa de San Diego, California, cuando se encontró casi ciego, viudo y solitario. Era una respuesta extraña a alguien quien en sus libros y en sus textos en general siempre celebró la vida. En fin, lo cierto es que Marai era un hombre bastante interesante, inteligente observador de la sociedad en la que creció y vivió mucho tiempo: la húngara, especialmente la Hungría que era parte de esa potencia de principios del siglo XX, el Imperio Austro Húngaro. Y eso es lo que plasma Marai en esta novela: el ser humano, sobre todo el concepto de la amistad en medio del conflicto. De la guerra que todo se lleva. 

Y nunca deja nada intacto.


El último encuentro comienza con los preparativos que se organizan en la casa de un antiguo noble húngaro quien ha citado a un viejo amigo que no ve hace cuarenta años. Personalmente creo que el valor literario de esta obra se encuentra en esa primera parte: en la descripción de la gloria, perdida por supuesto, de una mansión de caza espléndida en el corazón de los Cárpatos. Pocas veces he logrado que una casa viva en palabras de la forma que lo logra Marai en esta primera parte. El hombre sabe que ese encuentro con ese viejo y muy cercano amigo será el fin, será la última epopeya de un hombre que había llegado a ser General de la Guardia Imperial. El último acto de honor que se reservará a una cena. Y todo el protocolo, toda esa limpieza previa, todo ese servicio bajo las órdenes del anciano militar, cautiva, enternece, acaricia en algunas partes. Ahi es donde uno se mete en el texto y no se pierde en las páginas o en la “posición”. Por eso es un libro para leer en la sala de la casa, sentado frente a una ventana. Nada de estrés. 

Pues bien, después llega la segunda parte.

La segunda parte, y este es tal vez un concepto muy personal, límita con la autoayuda. Después de cenar, el viejo general y su amigo, quien ha estado en oriente durante muchos años, se entrelazan en una conversación densa y moralista, en el mejor sentido de la palabra. Es una conversación sobre la amistad o mejor dicho, es casi un monólogo del militar sobre la amistad y lo que ha hecho con su vida en los últimos cuarenta años. No es mucho lo que pueda decir o rescatar del libro porque ese dialogo, que se prolonga hasta el final del libro, es la sustancia de lo que hemos venido a leer. De hecho, no hay sorpresas, no hay un momento en que uno se quede paralizado por revelaciones sorpresivas. No. Es una charla, profunda como pocas, pero a la vez, ligera  que deja una sensación que esto era la primera parte de algo muy bueno. En mi concepto una buena novela tiene que ir más allá de un diálogo interesante. Debería plantear un reto literario. Pongo varios ejemplos, que desarrollaré más adelante con otros textos en este blog, como el de Houllebecq con sus Partículas Elementales y su perfecta disección del deseo. O el mismo Desgracia de Coetzee, un retrato de 120 páginas sobre el hombre moderno y su tragedia autoimpuesta. Marai, que es un escritor admirado alrededor del mundo, nos muestra una parte. Hasta ahí. 

Y tuve esa extraña sensación de no querer terminar el libro. O acabarlo rápido porque estaban hablando mucha paja. 

Sin embargo, hoy que lo vuelvo a revisar para escribir este texto, creo que es una excelente excusa para sentarse a leer. A pesar de mis conceptos un poco encontrados sobre el texto, lo conservo aún, no solo porque fue un regalo muy especial, sino porque merece estar ahí para ser revisado, dejarse envolver por el mágico ámbito imperial de la mansión. Y en Kindle funciona, para lo que yo creo que puede funcionar en Kindle. 

Nada. Lo último es que estamos buscando libros en español para Kindle que son bastante escasos. Al menos los que llevo buscando como “El Loro de Flaubert”, “Sostiene Pereira” o “La Soledad de los Números Primos”. Si alguien sabe donde se pueden conseguir, pues deje su comentario para hacer un post sobre opciones de libros en español interesantes. Eso sí, les dejo el dato de que Crimen y Castigo en Amazon.es está a 0 pesos o Euros, es lo mismo y también el Quijote. Y valen toda la pena. 

Nos seguimos leyendo.


martes, 2 de abril de 2013

La Nueva Nueva York

Highlane con vista a la 10th Av., en el sureste de NY.



Woody Allen observa el imponente reflejo del puente Manhattan y le dice a Diane Keaton con emoción: “Esta es una gran ciudad. No me importa lo que opinen los demás. Es tan extraordinaria". Con frases así, con imágenes como esa, con otras películas, otras canciones, algunos libros, uno se fue llenando de razones para viajar a Nueva York. 

En los últimos años, la gran metrópolis estadounidense estaba de luto. Las Torres Gemelas habían caído, la Estatua de la Libertad había que observarla desde un barco y parecía que sus encantos se iban nublando con los recuerdos y el miedo. Viajar ya no era tan interesante, Allen dejó de hacer películas allí. Los libros envejecieron. Las canciones se mudaron de lugar.

Sin embargo, Nueva York nunca dejó de creer. Lloró su dolor y cumplió con su luto. Ahora, después de cinco días de estar en ella, parece otra gran ciudad, otro destino lleno de cosas nuevas, donde se puede ver lo que la hizo la capital del mundo y también donde se puede sorprender con lo nuevo que sale al paso con sólo caminarla. 

El Mercado de Chelsea 

Un lugar impresionante para visitar es el 911 Memorial, o lo que se conoce como la Zona Cero. Allí, en dos gigantescas piscinas negras que marcan el lugar exacto donde estaban construidas las torres, se recuerda a las 2934 personas que perdieron la vida durante los ataques del once de septiembre de 2001. Con sus nombres marcados sobre el bronce que rodea las fuentes, en el posible lugar donde estaban al momento del impacto.


La sensación de haber presenciado todo por televisión, en vivo y en directo, y ahora observar el agua caer es estremecedor. Algunas personas posan para la foto encima de los marcos de bronce. Otras solo observan, en silencio, y hay quienes no pueden aguantar las lágrimas. En medio de las piscinas se encuentra un peral que resistió el embate de los ataques y se le llama “el árbol de la vida”. Y aunque hace unos años un huracán lo desprendió de raíz, los rescatistas de Nueva York lo encontraron y volvieron a sembrarlo y allí está, como un héroe con el que todos se toman la foto de rigor. 

Pero es hora de tomar el metro y buscar el sudoeste de Nueva York, viajar al Meatpacking District, a pocos metros del río Hudson, donde la historia y una estructura enorme y envejecida indican que allí, durante los años 30, corría una larga vía del tren conocida como la High Lane. La idea de ese entonces era evitar que trenes con contenidos peligrosos, como dinamita o residuos biológicos, circularan en medio de las calles de Manhattan y pusieran en peligro a los habitantes de la ciudad.

Highlane
La gente descansa al sol en los
nuevos lugares de este parque
En 1980 pasó por allí el último tren y las líneas dejaron de usarse. Tanto que, en 1999, el gobierno de la ciudad había decidido demoler las vías, que estaban sobre una estructura elevada sobre las calles. Un grupo de empresarios y vecinos del sector decidieron que las vías se podían convertir en un parque lineal y pelearon para conseguirlo. El alcalde Michael Bloomberg y la  ex- Secretaria de Estado Hillary Clinton dieron su apoyo al proyecto.

Después de cinco años de trabajos, hoy se puede caminar por las antiguas vías convertidas en jardines, caminos peatonales, donde hay reclinadores de madera para echarse a dormir una buena siesta, una tribuna para mirar los carros pasar por la Décima Avenida y barandas para simplemente asomarse y apreciar cada unos de los rincones de esta zona de Nueva York, incluido el emblemático Empire State a la distancia.

Después, si el hambre acosa puede darse una vuelta por el subsuelo del emblemático Hotel Plaza, donde en un toque de audacia decidieron, en 2010, convertir una especie de sótano en una plazoleta de comidas espléndidas de distintas clases: italiana, de mar, postres y yogur helado. Y todo a precios accesibles. 

El Chelsea Market está
ubicado cerca de Highlane

O bien puede quedarse por las inmediaciones de la High Line y bajar al Chelsea Market, un antiguo mercado de la granja que fue convertido en un corredor de almacenes independientes y comidas orgánicas donde se puede elegir entre sanduches, pollos al horno y sopas en época de invierno. Sin embargo, lo más recomendable es meterse al Seafood Market donde le servirán una  langosta recién hervida y que se come aquí sin importar la etiqueta. Sólo el hambre cuenta. 

Aunque el mercado es antiguo y su renovación arquitectónica se ejecutó en 1998, los espacios rústicos pero amables del Chelsea Market hacen parte de esa nueva ciudad que no quiere quedarse en el pasado. Se alimenta de él, sí: de los espacios abandonados y vacíos que cuentan la historia neoyorquina. Pero para integrarlos y darle nuevos sentidos en esta ciudad que no cesa de reinventarse.

Guárdese unos días para encontrarse con la Nueva York que inspiró canciones, fue escenario de grandes y pequeñas películas y alimentó frases y párrafos de escritores. Y se podrá sentar, en la noche de despedida, frente al puente de Manhattan para repetir aquella frase de Allen con todos los deseos cumplidos. 







domingo, 31 de marzo de 2013

La Eterna Parranda en Kindle


Cien años de Soledad nunca más se volvió a escribir. Es extraño, pero después de haberse pasado la vida entera buscando esa historia, después del día que la terminó, Gabo nunca más volvió a entender ni con Macondo, ni con la distanía Buendía. Ahi quedó enterrada esa narración maravillosa de la costa caribe colombiana. Y estuvo bien, creo yo. Gabo ejerció su derecho soberano de destruir lo que él mismo había creado. Pero mucho de sus lectores quedaron con ganas de más. De algo más. De un pedacito. 

Yo me atrevo a decir que Alberto Salcedo Ramos, el cronista, hace algo que parecía increíble: nos hizo regresar a ese lenguaje mágico de Cien Años de Soledad en este libro la Eterna Parranda ¿Cómo lo consiguió? Por lo que he leído de Salcedo Ramos y ha dicho en muchas entrevistas, lo hizo de la misma manera que el maestro de Aracataca: con mucho trabajo. Enfermándose por las palabras como un loco persigue sus alucinaciones. Sus crónicas -Casi 24- tienen además el ingrediente de la realidad. Mientras Gabo se pasó 18 meses contruyendo ese monumento del español que es Cien Años, Salcedo Ramos se pasó 14 años juntando pedazos de realidad, que reunidas son el homenaje más grande que Colombia le ha hecho al periodismo desde hace muchos años. 

El libro se consigue en Amazon.com. También en la librería del país

Kindle, entre sus desventajas, no permite con facilidad caminar entre las páginas del libro. Se pensó para historias compactas, unitarias. No para un libro como este, que son literalmente, varios libros en unos. Sin embargo me atrevo a quedarme en  dos historias que son las que hacen este libro importante. El primero: El testamento del viejo Mile. Soy gran admirador de Álvaro Sierra, tal vez el mejor cronista antes del reinado de Salcedo Ramos. Sierra, un hombre que vivió muchos años en Rusia y que narró como ese país se fue al carajo cuando la careta del comunismo fue descubierta, volvió a Colombia y escrbió una crónica sobre el infierno de un secuestrado, que taladra los riñones. Pues bien, mi punto es que el Testamento del Viejo Mile es esa perfección periodística de Sierra con un sutil toque de magia, que convierte al Testamento en un texto casi literario. Ramos nos conduce por los caminos de la historia del legendario juglar vallenato Emiliano Zuleta como si estuvieramos caminando sobre la seda y nosotros no sentimos todo el pellejo que puso el periodista para conseguir semejante fascinación. No es una historia que engancha, es una historia que conquista, enamora. Y por momentos, como el cura que levita cuando toma chocolate, uno también se va elevando a los cielos. Pasa poco, pero pasa. Y eso basta para leer ese gran texto una y otra vez.

También en e-book: El testamento del
viejo Mile. En ecicero.es
El otro texto es el Un país de mutilados. En una entrevista que le escuché a Salcedo Ramos, dice que esta es como una segunda parte de su trabajo. Antes de su crónica Aguilas de Media Noche (puedo estar equivocado, pero es tal vez por cronología, su primer trabajo sobre la guerra) el periodista se había enfocado en historias de la realidad nacional y en especial, del caribe colombiano, donde podía explotar con mayor  facilidad su pericia para el lenguaje mágico: boxeo y deportes en general, vallenato, alguna que otra simpática historia de Cartagena. Y lo había hecho a la perfección. Sin embargo y creo que él mismo lo sabía, debía apostar por algo más. En otra entrevista, Salcedo explica su admiración por Gay Talese y lo define como un periodista que se atrevió a llevar el periodismo a una escala más arriba del hecho. Apostó por la visión personal del periodista sin ensuciar el texto. Pues bien, en Un País de Mutilados, Salcedo Ramos, como en ninguno de sus otros textos logra esa apuesta. La narracción no es solo sobre la historias de hombres y mujeres que han sido víctimas de las minas antipersonales en Antioquia, sino que él nos involucra con ese dolor. Salcedo Ramos nos hace cerrar los ojos y pensar cómo nos sentiríamos si nos explotara una bomba en las piernas y nos hiciera añicos todas las extremidades. Esa capacidad, que solo se lograr después de pasarse horas enteras peleando a las patadas con los fantasmas de las palabras en soledad, es la que lo convierte en el cronista más respetado de este país. Mientras en el texto del Viejo Mile, Salcedo nos delata el encanto real que inspiró a Macondo, en este País de Mutilados, nos hace sentir la tragedia que este país lleva viviendo durante décadas. Y ese será su legado. 


Por supuesto, la Eterna Parranda tiene muchas más historias que pagan el valor del libro. La del Chato Velásquez, el único árbitro que se atrevió a echar a Pelé, pero sobre todo, el único árbitro que se ha dado en la jeta sin pudor en las canchas colombianas. La misma Eterna Parranda, aunque no es mi favorito, marco un hito en la historia reciente del periodismo escrito: 54 páginas en una revista de alta circulación. La niña más odiosa del mundo, tal vez el texto más consentido de Salcedo Ramos. Y muchos más. Es un libro para bajar, leer en el metro, en el transmilenio, en un avión si no le teme a las turbulencias. O simplemente en la sala de la casa, mientras se toma un buen vaso de ron.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Una breve entrada sobre el Kindle y el ruido


He aterrizado en la onda Kindle. No le hice ninguna resistencia, simplemente el día de mi segundo aniversario, mi mujer me entregó un paquete enorme, liviano, pero enorme. Lo fui rasgando hasta que quedó la inconfundible caja negra. Durante años había coleccionado libros que me parecían que valía la pena conservar, más allá de su valor literario, su valor histórico. O sea, que así como pasa con algunas canciones, los libros que todavía sobreviven a las hecatombes de las mudanzas son porque de alguna manera marcaron una parte de mi vida. Recuerdo que hasta último momento un ejemplar, pirata, de La Perla de Steinbeck estuvo conmigo. Era un viejo libro, que me robé de la biblioteca del colegio que dirigía mi abuela. Eran los tiempos en que no tenía nada. Absolutamente nada. Vivía de arrimado en un cuarto trasero que mi tía Nancy generosamente nos había abierto a su hermano mayor y su parentela en esos tiempos de crisis. Recuerdo que lo devoré en dos días, tragando como pude esa conclusión infame. Y aunque tenía la posibilidad de devolverlo sin riesgos de ser descubierto, decidí conservarlo. Y así estuvo conmigo durante varios años, testigo que los malos momentos son pasajeros o si son permanentes, como una tragedia inevitable, es mejor tenerlos de amigos, como ese libro, y no de enemigo en el corazón con punzadas invisibles.

 Ahora como hago para meter ese libro, fundamental en un momento de mi vida en que me salvó de convertirme en un animal, en esta hilera de portadas que se enfilan como en una lista de mercado electrónico.

 En el Kindle los libros se transforman en archivos. En portaditas grises, difusas. Las páginas en bytes. Eso sí, los diseñadores de este aparatejo, ajenos al peso romántico e histórico del libro, tuvieron la delicadeza de esconder el peso en MB de los textos, pero no pudieron ceder a la tentación de la medición y lo que uno antes veía como un arrume de páginas, ahora es un porcentaje. En este mismo instante llevo el 74 por ciento de la Luz Difícil, de Tomás González. Eso significa que falta el 36 por ciento para que se acabe lo que para mí es una narración fascinante que no deseo que se termine nunca. También acabaron de tajo con el separador o con el doblado de la esquina de las páginas –recursos para los desvolados como yo que hemos convertido en casi en un arte el perder objetos como llaves, celulares, separadores y plumas-. Esto es así, click en la portada y ahí está, la página en la que uno iba. Click, avanza.

 Pues bien, creo que esta bien mirar el futuro. O el presente. Y he decidido que la mejor manera de afrontar esta nueva forma de lectura es buscar la manera de compartir lo que para mí está resultando en una aventura feliz, con los peros aquí arriba expuestos. Hace poco escuché una interesante entrevista con un tipo que me parece que en medio de su hurañez (acabo de buscar esta palabra en el DRAE para que no pierdan tiempo: no existe, pero no me importa, así se queda) dice muchas verdades sobre algo fundamental en la existencia humana: la lectura. El tipo se llama Camilo Jimenez. Un par de veces ha estado en las noticias, sobre todo por un texto donde le daba durísimo a unos estudiantes de edición de textos que sabían muy poco sobre lo que era la raíz de su oficio: los textos. En la entrevista, un poco condescendiente, el tipo decía dos cosas que me parecen fundamentales: En los colegios se enseña a leer, pero no el valor de la lectura, que a su vez, se le debe enseñar a los padres. Yo no soy un sabio, pero si me considero un lector voráz. Mi papá, cuando se emborracha y se pone melancólico como un viejo osito de peluche, pregona con orgullo que yo aprendí a leer solo, con un libro de Disney. Y que desde entonces, no paré. Mi papá, un jugador de fútbol frustrado que terminó convertido en un excelente maestro, siempre cultivo ese amor por la lectura como pudo, sobre todo, por la escasez de recursos que cómo matemático –y como futbolista- tenia. Sin embargo, cada vez que podía, llegaba a la casa con un libro. Fue así como en mi casa siempre hubo algo que leer, desde los maravillosos y estremecedores cuentos de los Hermanos Grimm con unas ilustraciones preciosas hasta las hermosas cartas que les escribió JRR Tolkien a sus hijos durante diez navidades. En el colegio, sin embargo, los profesores solo se acordaban de enseñar.

 Solo dos veces recibí algún consejo en las aulas sobre lo que debía leer. Una fue a los diez años, Jaime Daniel, mi director de curso en tercer grado, de quien recuerdo tenía una caligrafía de Hobbit, me regaló Juan Salvador Gaviota. Después iba a descubrir que Richard Bach estaba más cerca de Paulo Cohelo que de Faulkner, pero me hizo comprender que en los libros había más que cuentos de princesas que eran salvados por príncipes. El segundo ya fue cuando estaba a punto de graduarme de bachillerato, un viejo profesor de literatura inglesa que habían llevado al colegio para ayudarnos con nuestro inglés. Pues resulta que este hombre, amante de Tolkien, pero sobre todo de Joyce, me regaló dos joyas fundamentales para mi vida de lector adulta: Eveline y cuando le pregunté qué me podría servir para mi actual fracasada aspiración de escritor, me recomendó ”Ilona llega con la lluvia”, una novela desastrosa que pero de una belleza en el lenguaje que todavía me estoy saboreando.

 Lo segundo que dice Jiménez es que en Colombia no se hace crítica literaria, que es de hecho mucho más que escribir que si un libro es bueno o no. Y lo dice desde un punto de vista que me parece muy válido: no hay industria editorial como para sostener esa crítica. Yo estoy de acuerdo. Creo que se necesita que exista, como él lo intenta hacer en su blog “El ojo en la paja”, lugares donde se recomienden lecturas o donde simplemente se diga, este libro me gustó o no y por qué. Pues bien, mi deseo con este tortuoso escrito es hacerlo, porque así, de alguna manera cumplo con mi viejo deseo de librero. Y con este regalo de aniversario, creo que lo puedo enrutar por los caminos de los libros electrónicos. O los textos para kindle.

 Cómo prefieran llamarlo.


Pues bien, para hacerles corto este viaje, mi primera recomendación es “El ruido de las cosas al caer” de Juan Gabriel Vásquez. Colombiano, el libro es ganador del premio Alfaguara –que no significa mucho, digo yo que me la pasó buscando premios que jamás voy a ganar-. Yo de Vásquez había leído un cuento bastante interesante que fue publicado en la antología “El futuro no es nuestro”. Me llamó la atención porque el tipo es bogotano, criado en las letras en París y que llevaba viviendo mucho tiempo en Barcelona, pero el cuento es sobre Medellín. De hecho el primer párrafo es sobre un lugar al borde del río Medellín, que describe con la precisión de quien lleva viviendo muchos años allí. Muchos. Me quedé de una pieza, así que cuando supe de esta novela, con el rimbombante sello del premio, decidí que podía ser una excelente oportunidad para acercarme a un escritor colombiano que no fuera García Márquez, Mutis o Caballero.

En tres días no me pude despegar del aparato este.


 “El ruido de las cosas al caer” no es una novela importante. No le llega a los talones a las catedrales que construyó Gabo con Cien años o Espinosa con la Tejedora de Corona. Ni siquiera a la trilogía de Ospina. Sin embargo, el libro tiene dos elementos que me llevan a decirle, “Hágale, póngale esos 20 de mil que cuesta la versión electrónica, no se va arrepentir”. El primero es que Vásquez logra contar otra historia sobre el narcotráfico en Colombia, pero como si fuera la primera vez. La magia de este libro, que está decididamente en su narración pegajosa, nos cuenta con sutileza, pero sin caer en esa narcomiseria o en el lenguaje sicaresco que tanto daño nos ha hecho, la tragedia que por cuenta del narcotráfico ha vivido este país por décadas. Esa capacidad hace del “Ruido de las cosas al caer” un libro que hay que leer, mirar, revisar, estudiar en su ejecución para buscar otra forma de narrar nuestros años más oscuros.

 El segundo aspecto: Vásquez, que definitivamente sabe lo que hace, no se queda en la construcción de sus personajes, que le bastarían para contar una buena historia, sino que nos ubica en varios contextos históricos: nos describe la patria por años, como si fuera un álbum fotográfico que uno va revisando en la sala de la casa, mientras además nos muestra como van cayendo por un abismo los dos personajes principales. Este es un libro que nos impacta porque nos enfrenta con la realidad de un país que para nada es ese paraíso donde las mariposas amarillas florecen en las calles, sino uno que se fue deformando por sus propias debilidades. Somos un país de débiles. De miedosos. Pero sobretodo, de ambiciosos.

 El único pero: El final. La novela va a un ritmo desenfrenado y de repente uno termina estrellándose con el muro del final. No se si se le acabó el papel o la rigurosidad de las normas del premio no le permitieron más páginas, pero Laverde nos queda debiendo una explicación, pero sobretodo Yammure nos queda debiendo su historia. O al menos, su conclusión sobre todo eso que pasa en el 100 por ciento del texto. Sin embargo, a pesar del final, “El ruido de las cosas al caer”, es una buena novela, de una sentada.

 Bueno… lo que viene es sobre periodismo. Ojalá escriban y recomienden cosas para leer, que para eso se inventó el Kindle. Perdón, para eso se inventaron los libros.